La obsesión por la seguridad
No Según los tratadistas aunque la seguridad es un bien fundamental y por tanto puede ser reclamada como derecho hay que contemplarla en su justa interrelación con los demás derechos. Quiere esto decir que la seguridad es a la vez derecho pero también riesgo para los otros derechos ya que cuando caemos en la obsesión por la seguridad nos disponemos a sacrificar una parte de nuestra libertad, llegando hasta el extremo de apoyar políticas preventivas o represivas para lograr nuestra máxima tranquilidad. ¿Quieren ejemplos?
Como unos descerebrados atentaron contra aviones ahora han impuesto unas normas por las que nos requisan en el aeropuerto hasta una botella de agua o nos hacen quitar el cinturón. Y si acaso alguien atentara con explosivos en el interior de su cuerpo –como sucedió en Arabia Saudita— corremos el riesgo de nos vayan a meter un dedo en salva sea la parte. Aunque, suma paradoja, se puede subir a un barco, y sin ningún control, una furgoneta cargada de explosivos. Pero, lo dicho, aceptamos de grado unas medidas que resultan casi represivas.
En lo que atañe a los vehículos --un invento para esquilmar al personal y someterle a las mayores políticas preventivas-- sucede exactamente lo mismo. Y luego están los edificios. Y aquí entra en juego ya tal maraña de legislaciones y normativas, muchas de ellas promovidas por intereses corporativos, que un ciudadano no sabe nunca si cumple con aquellas que inevitablemente de un día para otro acabaran siendo declaradas obsoletas con gran satisfacción de cuantos se dedican al ramo. Ha sucedido con los ascensores, la mayoría de los cualas han tenido que ser adecuados, con las instalaciones de gas o con las conducciones eléctricas. Pero, ¿Se habían producido tantos accidentes por falta de seguridad como para tener que obligar al ciudadano a someterse a normativas de cada vez más estrictas y ocasionarle tantos dispendios?
Ahora en Palma se ha derrumbado un edificio de tres plantas construido en 1959 con materiales ya en desuso y se ha abierto un debate sobre la seguridad de nuestras casas. Pero los edificios pasan una ITV que se basa en criterios cronológicos y esto parece suficiente. La sicosis del momento no debería conducirnos a reclamar seguridades más allá de lo razonable. Un derrumbe –lamentable, eso si— no justifica tratar de buscar una seguridad total que ni existirá nunca ni tampoco nadie podrá asegurar.
Como unos descerebrados atentaron contra aviones ahora han impuesto unas normas por las que nos requisan en el aeropuerto hasta una botella de agua o nos hacen quitar el cinturón. Y si acaso alguien atentara con explosivos en el interior de su cuerpo –como sucedió en Arabia Saudita— corremos el riesgo de nos vayan a meter un dedo en salva sea la parte. Aunque, suma paradoja, se puede subir a un barco, y sin ningún control, una furgoneta cargada de explosivos. Pero, lo dicho, aceptamos de grado unas medidas que resultan casi represivas.
En lo que atañe a los vehículos --un invento para esquilmar al personal y someterle a las mayores políticas preventivas-- sucede exactamente lo mismo. Y luego están los edificios. Y aquí entra en juego ya tal maraña de legislaciones y normativas, muchas de ellas promovidas por intereses corporativos, que un ciudadano no sabe nunca si cumple con aquellas que inevitablemente de un día para otro acabaran siendo declaradas obsoletas con gran satisfacción de cuantos se dedican al ramo. Ha sucedido con los ascensores, la mayoría de los cualas han tenido que ser adecuados, con las instalaciones de gas o con las conducciones eléctricas. Pero, ¿Se habían producido tantos accidentes por falta de seguridad como para tener que obligar al ciudadano a someterse a normativas de cada vez más estrictas y ocasionarle tantos dispendios?
Ahora en Palma se ha derrumbado un edificio de tres plantas construido en 1959 con materiales ya en desuso y se ha abierto un debate sobre la seguridad de nuestras casas. Pero los edificios pasan una ITV que se basa en criterios cronológicos y esto parece suficiente. La sicosis del momento no debería conducirnos a reclamar seguridades más allá de lo razonable. Un derrumbe –lamentable, eso si— no justifica tratar de buscar una seguridad total que ni existirá nunca ni tampoco nadie podrá asegurar.
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