¿Una invasión pacifica?
Uno de los personajes más curiosos y de más vasta cultura que habitaron Mallorca en la segunda mitad del siglo pasado, Harold Greenberg, isleño también según decía por haber nacido en Manhattan, resumía así nuestra identidad: els mallorquins sou cristians de dia, moros de nit i jueus a totes hores, y desde su agudo espíritu de observación probablemente estaba en lo cierto porque quiere esto decir que, desde fenicios a cristianos –que ahora algunos llaman simplemente catalans—pasando por romanos y musulmanes, las islas han sido siempre tierra de invasiones que han dejado una profunda influencia. Y si esto ha sido así, si esta es nuestra historia, ¿por qué iríamos a extrañarnos ahora si, ocho siglos después de haberlos desalojado, los árabes volvieran a invadirnos, aunque esta vez fuera pacíficamente. Aunque no parece que, de momento, este vaya a ser el caso. La llegada de una embarcación, que no patera, a Portocolom con nueve argelinos a bordo –la primera que nos llega desde la otra ribera del Mediterráneo-- ha suscitado entre algunos alarmistas la sospecha de si nos encontraremos ante una nueva ruta de penetración de inmigrantes ilegales en busca de una tierra prometida, aunque este hecho parece que tiene todo el cariz de ser solo un episodio aislado. Y existen razones para así suponerlo. En primer lugar porque Argelia, país de procedencia de los arribados, no es Marruecos, Mauritania o Senegal, lugares donde reina es descontrol y se favorece la fuga de sus habitantes y en segundo lugar porque la distancia entre Argelia y las islas –unas 230 millas marinas-- es lo suficientemente grande, y carece de la posibilidad de escalas intermedias, como para que resulte disuasoria cubrirla si no se dispone de una embarcación con autonomía suficiente. ¿A donde se dirigían pues los argelinos cuando tuvieron que ser rescatados navegando a la deriva a siete millas de Portocolom? Aunque se desconoce, además de haberse quedado sin combustible, parece que debían carecer de adecuados métodos de localización. Los árabes que ahora hay en la isla, muy numerosos ya en algunas poblaciones, y que aquí se han establecido dedicándose en su mayoría a la construcción, la agricultura y el comercio –exceptuando unos pocos que lo hace a la mangancia, en perjuicio de sus hermanos—han llegado en barco o en avión. No son nuestras costas pues lo que hay que vigilar ni hará falta tampoco, como antaño, una corona de torres de defensa, sino una más efectiva labor de policía de fronteras. Y en este aspecto hay que convenir que la situación es auténticamente desastrosa.
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